Yo, rombo siempre. ♦

Es un diamante. Puede ser un ocho, o tal vez uno tumbado. No hace falta que lo pongas bajo la luz, ya brilla por sí solo. La fusión de su corazón y su cabeza es irrompible, como sus esquinas y el amor que siente hacia los demás. Es dura como la roca, pero frágil. De vez en cuando, actúa como espejo, puedes verte reflejado en su bipolaridad, en su inmadurez y en sus tonterías (aunque también puedes rozar e incluso chocar con su mal genio, con su inseguridad y con su miedo). Estoy hablando del diamante de la baraja de póquer. Evidentemente, en "el amor que siente hacia los demás" esa parte de ''los demás'' es el resto de palos de la baraja: picas, tréboles y corazones. Las picas son cariñosas, aunque son las más sensibles. Cariñosas y divertidas como ningún otro palo, pero pueden reventar y provocar explosiones por doquier puesto que, como todos, tienen límites. Lloran y ríen con facilidad. Los tréboles son grandes y fuertes. Sonríen siempre porque aunque no sean los más felices del mundo, siempre buscan razones para demostrale al mundo entero que ellos pueden. Al igual que vociferan con sus incansables carcajadas, lloran; lloran de alegría porque es prácticamente imposibles sacarles una lágrima de dolor. Y por último están los corazones. ¿Corazones o co-razones? Razón no hay. Los corazones van libres, como las almas de la gente. Varían mucho de personalidad y de forma. Cada día no sabes si el corazón que aparecerá tendrá la punta más afilada o si ese día tal vez tocará uno rojizo cobre. Toque el que toque, alfinal del día te darás cuenta de que todo ha acabo. El corazón diario se ha ido y únicamente te das cuenta de una cosa: los que siempre permanecen a tu lado son los tréboles y las picas. Brillando por si mismo sin ser, ni tan siquiera, parecerse a los diamantes. Sólo son fieles amigos y compañeros de estos. Al menos en mi vida. Para siempre.

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